—Sé que suena un poco esotérico, pero en realidad es muy palpable: eso que llamamos cultura (la literatura, el cine, pero también las costumbres) funciona como propaganda del sistema y está dirigido a provocar en nosotros comportamientos compatibles con el fundamento del sistema: la creación y el consumo de valor. Nos enamoramos como hemos aprendido a enamorarnos en los libros, odiamos como en las películas, sentimos deseo de trascendencia como lo indican esos manuales de instrucciones de la espiritualidad llamados religión, poesía o filosofía. Y una vez que nuestro comportamiento queda gobernado por ese chip llamado ego, nos convertimos en consumidores de valor: al triste se le vende felicidad; al feliz, compromiso; al comprometido, espiritualidad; al espiritual, sexo; al lujurioso, frustración; y al frustrado, cursos por correspondencia, manuales de autoayuda o armas. El sistema funciona solo: los jóvenes consumen promesas de futuro; y los viejos, tratamientos rejuvenecedores y nostalgia.
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