05
Nov
17

De «Guerra», de Sebastian Junger

Meses más tarde, O’Byrne me contó aquella historia terrible al completo. Yo ya sabía que había crecido en una ciudad pequeña y le pregunté si alguna vez había cazado siendo niño. Dijo que una vez mató a una salamandra y se sintió tan culpable que nunca más volvió a matar nada.

«Pero siempre he tenido armas de fuego mi padre siempre tenía armas de fuego. Me educó —es extraño del copón, pero ya llegaremos a eso—, me educó para respetar las armas y no apuntarlas nunca contra nadie. Pero los dos la cagamos bien cagada, en eso. Yo era un mal chico en el instituto, era un puto punk, no sabía ser buen chico. Mi padre bebía y bebía y bebía. Así que una noche, para el cumpleaños de un colega, se vino una chica y nos bebimos como cuatro litros de vodka. El vodka no me sienta bien, me pone violento del copón. Me bebí como dos litros. Estaba ciego, estaba hecho caldo. Llego a casa y lo primero que veo es a mi padre. Cruzo la puerta y me grita de mala hostia. Se mueve. Me muevo. Empezamos a pelearnos. La pelea dura un montón, quiero decir que estuvimos luchando mucho tiempo. Todos mis amigos intentaban retenerme. Alguien me golpeó con un tablón a ver si me calmaban».

Al final la pelea se detuvo y O’Byrne se marchó a su habitación. Al cabo de un rato oyó que su padre chillaba otra vez, así que bajó las escaleras y empezó a andar adelante y atrás frente a la puerta del dormitorio del padre, gritándole. De repente, la cadera de O’Byrne cedió y lo siguiente que supo fue que estaba en el vestíbulo y su pierna no funcionaba. No había oído ningún disparo ni sentido ningún dolor y creía que, del modo que fuera, se había dislocado la cadera. Entonces su padre salió del dormitorio y le apuntó a la cabeza con un rifle. Era el arma favorita de O’Byrne, un Ruger semiautomático con culata plegable, y O’Byrne preguntó: Así que ¿piensas dispararme mientras estoy en el suelo?’, a lo que su padre respondió: ‘Ya lo he hecho’.

Korengal-Sebastian-Junger-Filming-During-a-Firefight

O’Byrne continuó con el relato: «Estaba demasiado borracho como para darme cuenta de qué estaba pasando, así que vuelvo arriba, me pongo a jugar a los videojuegos y me tengo que estirar porque estoy perdiendo sangre. Ahora estoy llorando porque he comprendido qué pasa y que la he jodido, que llevo dos balas dentro. Esto no está bien. No es una buena cosa».

Finalmente llegó una ambulancia que llevó a O’Byrne a un hospital de Scranton. Tenía una bala en la cadera y otra en la región dorsal inferior, a apenas dos centímetros de la columna. Cuando los médicos terminaron de operarle, un policía acudió a tomarle declaración. O’Byrne sopesó la situación: fueran cuales fuesen los problemas de su padre, siempre había conservado un trabajo y mantenido a la familia y, si iba a la cárcel, no habría nadie que pudiera ocuparse de ella. Eso complicaría todavía más una situación que de por sí ya era terrible. «Ha sido culpa mía —le dijo O’Byrne al policía—. Lo hizo en defensa propia».

«Mi padre no habría superado lo de vivir en la cárcel. No es una persona violenta. La situación era violenta, pero él no lo es. Así que estuve tres días en el hospital y luego me encerraron; sin rehabilitación, nada. Me acusaron de asalto simple. Ahí yo era un gatito, tío, vamos, que no intenté pegarme con nadie. Era lo mejor —pero también lo peor— que me había pasado nunca. Mi padre y yo habíamos llegado a ser unos auténticos cabrones el uno con el otro. Es una historia dura, pero también una buena historia. ¿Cómo me atreví a pegar a mi padre, aunque él me hubiera pegado a mí? Si ahora me soltara un puñetazo en la nariz, iría y le diría algo como: «Eh, muy bien, me voy abajo y te dejo tiempo para calmarte»

No pienso pegarle otra vez a ese hombre. Aquello fue culpa mía, ¿sabes? No le tuve respeto. Es el relato de un triunfo. Una historia de pasar por una mierda bien dura pero salir de ahí muy bien. Ahora sé que las balas no me pueden detener. Las putas balas están bien».


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