05
Ene
10

Un tigre saltó fuera de mar.

Pues nada, estábamos tan tranquilos en la playa cuando, de repente, de en medio de las olas salió un tigre, un señor tigre, aunque como estaba chopado y la pelambre se le ceñía al cuerpo, parecía apenas un poco más pequeño. El gatazo daba muestras de estar exhausto, y nos quedamos entre asombrados y asustados, con la duda de si caer o no en el pánico, tumbados como estábamos bajo la sombrilla y con el codo apoyado en la neverita portátil llena de hielo, cola y una hermosa sandía, también atigrada como el lomo de la fiera que ahora se sacudía sobre la orilla.
¿Capaz que hubiera nadado hacia nosotros desde el otro lado, siendo como se sabe el agua un poco ajena a las preferencias de los felinos? Aunque, bueno, eso se decía de los gatos, pero a lo mejor eso no valía para los tigres, más grandes y salvajes, menos hechos a la buena vida entre las personas, y por ello más dados a hacer de tripas corazón con tal de sacarles ambos a una presa al otro lado de un río.
Se exprimieron las meninges: ¿había tigres en África? Lo más seguro, porque en una película de Tarzán salía.
De repente, una maruja gritó, que es algo para lo que siempre se puede confiar en las marujas: a lo mejor tardan un poco en reaccionar, como si fueran algo emporradas, pero dan siempre la alarma ante cualquier cosa que no proceda según la normalidad. Y la seguirían dando durante años, contando la anécdota a todas sus visitas, volentes o nolentes.
De modo que, qué remedio, nos levantamos y escapamos corriendo, alarmados y sin recoger ni las toallas ni los pareos ni nada. La pobre bestia se limitó a rondar un poco por la arena, lamió el hielo de una neverita abierta y acabó por tumbarse, agotado, justo de bajo de la sombrilla y encima de mi toalla, el muy…. animal, que venía de regalo al comprar una revista.
Alguien tuvo que haberlos llamado, porque al cabo de unas horas llegaron policía y los de la protectora de animales (porque las cosas, para hacerse bien, tienen que hacerse sin prisas, y no es cuestión de ir arruinándose una buena digestión por un gatito que haya aparecido por ahí). Para entonces, nosotros ya estábamos en el chiringuito, así que nos perdimos su llegada. De modo que algunos de los que estaban mirando de lejos nos contaron que, en este riguroso orden:
a) algunos de los jóvenes del pueblo quisieron acercarse a jugar a las vaquillas con el tigre.
b) la ambulancia se llevó a alguno de los jóvenes del pueblo.
c) la policía quiso meterle un tiro al bicho.
c) los de la protectora dijeron que no, que con un lazo al cuello bastaba para llevarlo a la jaula.
d) la policía pidió que, si no era molestia, al menos les dejaran dispararle uno ¡o doce! dardos tranquilizadores.
e) la bestia narcotizada hasta las los bigotes y varios pinchazos en el lomo fue arrastrada dentro de la jaula y llevada al zoológico.
Luego nos repartimos el trabajo entre los miembros del grupo: cada uno hablaría con una cámara de televisión de los telediarios veraniegos que habían llegado a la carrera, para luego recoger nuestros trastos y volver a casa. En el noticiero de la noche no dijeron nada de lo de la playa, pero es que había un torneo de verano que, por lo visto, habíamos ganado.
Al día siguiente, durante la comida, descubrimos que cerca de Gibraltar había naufragado un barco cargado de animales exóticos destinados al jardín de un torero emperrado en tener una especie de arca de noé en casa. Pero yo sigo pensando que el pobre tigre no venía del barco, sino en busca de un sitio donde lo tuviera un poco menos crudo, escapando de la medicina tradicional china.
Tampoco me convencía la versión de que, como sostuvo la abuela, secundada por mi padre, durante toda la sobremesa, venía a propósito a comernos a todos, aunque por cansancio acabé por darles la razón, que a lo mejor venía a eso. Y que habría hecho bien.

 


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